jueves, 9 de diciembre de 2010

NO FRIVOLICEMOS, PEDIR PERDON ES TAN SENCILLO...

NO FRIVOLICEMOS EL PEDIR PERDON, ¡¡ES TAN SENCILLO¡¡



Estaba pensando sobre lo difícil que nos resulta pedir perdón.

Será tal vez un complejo de inferioridad disfrazado de autosuficiencia que hace que cuando nos equivocamos (y sabemos que la hicimos fatal) no nos salgan las palabras de disculpas como en realidad intuimos que debiéramos hacerlo.

No sé a vosotros, pero a mí, se me hace como un nudo en la garganta, siento que el tono de voz no es el debido y temo que las palabras suenen como faltas de sinceridad, y eso me irrita, me pone mal.
Yo sé cuando me equivoco o cuando ofendo, pero disculparme es algo que no me resulta fácil.
En los momentos en que la sangre hierve, es más difícil tomar distancia y analizar nuestras acciones, por eso quizás, aunque la inmediatez de la disculpa se imponga a veces, conviene esperar a tener la cabeza más fría y la sangre más calma para decidirnos a encarar la disculpa.

A veces resulta hasta más sencillo de lo que temíamos, otras nos resulta bastante complicado armar una estrategia. Pensamos y pensamos las palabras que nos convendría utilizar, armamos hasta un pequeño discursito (no digo ya que lo ensayamos frente a un espejo, pero sí lo repasamos mentalmente), buscamos el momento que creemos oportuno y así, juntando aire, nos lanzamos al ruedo.

Las primeras palabras que brotan de nuestros labios seguramente no son las correctas…eso nos hace frenarnos un poco, pero como ya estamos en el baile, no nos detenemos y “nos lanzamos a la pista”…es muy importante la actitud que toma la persona con la que queremos disculparnos, la mirada que nos lance es fundamental, por eso, a veces hasta es más seguro no mirarla fijamente a los ojos hasta que atisbemos allí una lucecita de esperanza, no sea que venga en lugar de una disculpa una catarata de insultos y todo vuelva a comenzar…para evitar ese efecto indeseado, lo mejor es usar palabras sencillas y sin vueltas.

Buscar excusas en alguna actitud incorrecta del otro es contraproducente, conviene tenerlo muy presente…debemos concentrarnos en nuestra propia torpeza !!!, nunca caer en la tentación de alivianar nuestra culpa excusándonos en lo que el otro nos dijo primero, porque es seguro que así la discusión se renueva y recomienza el circuito de agresiones.

La mayor franqueza posible allanará el camino para una disculpa verdadera, sentida.
Cuando el dolor que nos causa haber dañado al otro es real, nuestros gestos, nuestra voz y sobre todo nuestros ojos demostrarán la bondad de nuestro arrepentimiento.

Así que amigos, cuando tengamos que disculparnos, hagamos de tripas corazón y no lo pensemos mucho, lo verdaderamente importante no son las palabras sino más bien el sentimiento con el que lo hagamos.

Saber pedir disculpas es de grandes, y....perdonarnos a nosotros mismos por las torpezas que cometemos también implica cierta sabiduría.


MADRID 29 MARZO 2010

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